miércoles, abril 09, 2008

De menos

Lo saludo y percibo en aquel apretón de manos una sensación equivalente a la de carencia. Mirándolo a los ojos mientras nuestras manos se estrechan mutuamente noto un enrojecimiento que pareciera ser un signo poderoso de melancolía, como de falta de algo, como de abundancia de agua en la mirada, como de alegría trémula en la sonrisa. Su voz se escucha afectuosa y mis oídos sienten sus vibraciones características, pero una certeza interior me comunica que sus palabras abundan en una nostalgia brotada para ser percibida exclusivamente por mí.
Nuestras manos continúan estrechadas y mi voz se quiebra, y mis ojos se inundan, y mi sonrisa regala sin preguntarme un abrazo incorpóreo de alegría.
Nuestras cotidianidades individuales se reencuentran en un saludo y me da tanto gusto de volver a verte, amigo mío. No sabes cuánto te he echado de menos.

jueves, marzo 13, 2008

Quillay de Mallarauco

Es un árbol, un árbol que se yergue sublime en lo alto de una colina o de mí en alguna superficie bajo él o simplemente en mi etérea imaginación que se suspende en las alturas y se ramifica. Pero es un árbol, un arbol hermoso, o es la silueta de un árbol. Lo veo claramente, aún ahora que ya no lo veo ni frente ni sobre mí. Recuerdo su silueta, la siento, la observo de nuevo desde lo hondo y en un delirio que me llama a la cordura lo plasmo en esta pintura de letras con las intenciones de traer de vuelta toda la oscuridad que mis ojos no pudieron captar a causa de la luz. Pero era un árbol, y yo sólo podía contemplarlo con mis ojos embelesados en lo nocturno de aquel paisaje pensando en el crepúsculo. En medio de la noche se erguía la silueta magnánima de ese árbol que ocultaba la luz del pueblo reflejada en las nubes. Era el atardecer del pueblo a media noche, era la puesta de pueblo, era la distancia intermedia entre amanecer y atardecer, era algo así como sumergirse en la refrescante marea del intermedio incierto, era y no era, era árbol y sombra, era erguirse yaciendo, eran raíces y ramas, eran hombres y árboles, era yo mismo hombre y yo mismo quillay, yo mismo lágrima y yo mismo desierto, era pasado en presente y era hermoso, triste y solitario, y era tan sólo un árbol solitario ensombrecido y sonriente. Era un árbol. Un árbol. Un árbol a medianoche.

viernes, enero 25, 2008

Brindemos, compañeros de fracaso

Y ahora que te sientes fuerte
¿cuánto tiempo más habrá de transcurrir
antes de que caigas
y te encuentres yacido en el suelo,
llorando por tus heridas,
implorando compasión,
lamentando tu debilidad?

Tu esencia oscilante te desenmascara de nuevo.

Y ante la poderosa figura del sol amaneciendo en la montaña,
se ha revelado tu sombra oscura
de tristeza súbita nacida de la nada.

Pero ya la esperabas ¿no es así?

Ya sabías que vendría!!

Te conoces lo suficiente como para saber
que tu poder sobre ti mismo duraría poco;
has vuelto a caer.
Y tu caída ya estaba dibujada
en tu conciencia.

Entonces celebremos
compañeros de fracaso.
Brindemos por nuestra derrota.
Por aquella victoria de entregar nuestras vidas
a un destino impuesto por idiotas.

Brindemos por la tragedia hermosa de estar vivos
emborrachándonos de felicidad
por disponer de esta pequeña fracción
de todo el tiempo que pudiésemos tener.

Brindemos por la felicidad
del engaño y la sugestión.

Digámonos felices
gritémonos dichosos
pero brindemos, al fin,
por la verdad.
Porque verdad es lo único que no poseemos,
lo único que añoramos
y lo único que no diremos
al menos hoy, aquí,
estando borrachos.

Salud!!

Ábrete sésamo

Deslígate de mí, mounstruo posesivo.

Déjame caminar en estas calles, libre.
Permíteme observar esos árboles sin querer sacar provecho de ellos.
Déjame recordar a las mujeres que amé sin necesidad de poseerlas de nuevo.
Permíteme entregarlas a sus nuevos hombres, sin rencor, sin afanes de reconquista ni de luchas estériles.

Sólo quiero dejarme ir, siendo una brisa en el remolino, un riachuelo pequeño que se desliza sobre la tierra, acariciándola sin miedo a ser absorvido, mientras la tierra se deja acariciar sin chupar el alma del riachuelo que se entrega despreocupado.

Asi. Este es mi cuerpo. Esto es lo que se me ha entregado y también lo que he construido con esfuerzo en la verdad, en el error, en la porfía y en la mentira.
Estas son las limitaciones que mi cuarto me ofrece.
¿Es que acaso he de creerlas? No.
¿Es que acaso merecen mi fe? No.

He de ampliar las estrecheces que la carne sugiere, porque algo en mí se mueve laxamente entre estas estructuras aparentemente tan rígidas.

Ven a liberarme espíritu mío; te hablo a ti pues no eres sino otra parte de mí mismo. Ven y llévame adonde quiera que vayas cuando duermo, sumérgete en mí cuando pienso e imagino. Ven te pido y hazte uno con el alma que alhojo en mi corazón, porque este cuerpo se secará si no te ve, se pudrirá si no cree en ti, se volverá rígido e inútil si no lo llenas de tu perfume cósmico, huella patente de tu estancia en otros sitios que sólo soy capaz de imaginar.
Ven, sumérgete en mí. Porque deseo de cuerpo entero dejar ir la coraza que te impide ingresar en mí, como hace el mar en la arena, todo el tiempo, yendo y viniendo en la marea.

Ir y venir, en la resaca.