Sentado. Respondiendo las preguntas vagas del grupo de hombres que examinaba sus conocimientos. El muchacho respondía las vagas preguntas que le hacían ordenando el flujo no de sus ideas, sino de las ideas que aquellos hombres consideraban como correctas. Intentaba transformar lo vago en algo objetivo desde el punto de vista singular de aquellos hombres que lo sometían a un escrutinio psicológico e intelectual. El muchacho había aprendido de ellos y maniobraba el cauce de sus ideas al ritmo de las miradas que lo escudriñaban. Enfatizaba en una letra y observaba al mismo tiempo los ojos pequeños del médico más viejo, quien los empequeñecía aún más, signo de reprobación; o los agrandaba sutilmente, signo también sutil de aprobación. Así el muchacho se iba guiando. Cuando enfatizaba en la pronunciación de cierta palabra, miraba de reojo al médico más joven quien le desviaba la mirada enseguida para no dejarse decodificar por el muchacho. Mas éste sabía interpretar aquel gesto como una aprobación, pues ese médico no gustaba de ayudar al que respondía correctamente, posiblemente porque veía en el muchacho a un rival ante los médicos más viejos allí presentes. El tercer médico estaba sentado delante del muchacho y se limitaba a esbozar una sonrisa constante en apariencia. Pero el muchacho sabía dilucidar las tenues variaciones de esa sonrisa, observando la comisura izquierda de sus labios que se elevaba ante la aprobación y se desplazaba hacia la derecha acercándose a la comisura contralateral ante la reprobación. Así el muchacho hablaba y se refería vagamente a la pregunta que estos tres médicos ponían sobre la mesa y comenzaba el juego de interpretación facial, un baile que el joven aspirante a médico conocía bien. Guiado por los ojos del más viejo, por la boca del médico de la sonrisa constante y por la mirada esquiva del joven doctor, el muchacho respondió lo que debía ser respondido en aquella situación. Al terminar el examen, el muchacho se despidió de los tres muy formalmente, con los ojos pequeños, con una sonrisa desviada a la derecha y con una mirada esquiva. Los médicos se despidieron del muchacho y lo felicitaron por rendir un excelente exámen. El muchacho, satisfecho, salió del salón con un sentimiento de triunfo que no duró demasiado, pues comprendió que ya no podía agrandar los ojos, ni sonreír como lo hacía antes, ni mirar a los ojos a la gente. |
viernes, diciembre 14, 2007
Ilusión de triunfo
No te pierdas
No te pierdas No dejes tus sueños por tus ambiciones No dejes tu vida Por tus obligaciones No seas tan severo Con tus responsabilidades No te pierdas No te pierdas No dejes que el mundo Te diga quién eres No dejes que el cansancio te prive del mundo No te pierdas el mundo No te pierdas No te pierdas No te olvides del amor No te olvides de los que amas No te olvides de amarte No te pierdas No te prives del derecho a perdonarte No te prives del placer de ser amado De ser válido De ser humano No te pierdas No te dejes No seas tan severo contigo mismo No te prives demasiado No sucumbas al cansancio No te pierdas el mundo No te olvides Pero por sobretodo No te pierdas Porque no es fácil reencontrarse No te pierdas No pierdas la fe Y si la pierdes No pierdas la esperanza La esperanza de sonreir La esperanza de bien vivir La esperanza de que el sueño Que nunca perdiste Que siempre ha estado presente Te encontrará un día Y te recordará Que tú también estás ahí Y que no estás perdido Sino vivo Así que no te pierdas No te pierdas Porque vale la pena vivir encontrando Lo que buscamos Y lo que nos busca. |
martes, noviembre 27, 2007
Silencio
Se va la música y sólo queda este silencio
De palabras que no se dijeron en el momento preciso
Pero se pensaron y siguieron alborotando
Los silencios de otros muchos
Que también callaron con una sonrisa.
De palabras que no se dijeron en el momento preciso
Pero se pensaron y siguieron alborotando
Los silencios de otros muchos
Que también callaron con una sonrisa.
viernes, noviembre 16, 2007
Cuerpo expiatorio
Suena el despertador – ring, ring - ¡qué horror!. Otro día más de espantosa rutina. Me doy vueltas en la cama queriendo prolongar los escasos cinco minutos que he programado en el celular hasta el próximo ring ring que no tardará en llegar. Con obsesiva y floja entrega espero ese sonido que me obligará a levantar el cuerpo hasta su odiosa posición erguida; luego la ducha y el insípido desayuno que devoraré sin apetito. Un café, eso es lo que necesito. Y con leche, para no encender el fuego epigástrico que ascenderá retroesternalmente hasta convertir mi mañana en un literal infierno.
Estoy listo para salir. Más bien, hice todo lo que debía hacer para emprender mi ruta hasta el funesto lugar que he elegido para llamar trabajo. Pero no quiero dar ese primer paso fuera de casa. Mis pies se tornan pesados y, tomando conciencia del propio cuerpo, noto que mi espalda no está erguida como creía sino más bien arqueada, ya que el cuello tiende a caer cuando sigue a mi derrotada cabeza que mira hacia abajo buscando evitar las miradas de todos los otros que parecieran más felices que yo…..más felices……más insertos en aquella demencia efímera de la felicidad que yo deseo, pero que no me atrevo a confesar.
Saludar, saludar, saludar, sonreír sabiendo que mis muecas faciales de alegría no son lo suficientemente buenas para engañar a nadie. Me siento descubierto, atrapado, desnudo en mi desagrado interno que cada día se vuelve con más desparpajo hacia el exterior.
Algún día de éstos gruñiré en vez de sonreír y arrojaré lágrimas en vez de tibios holas ¿cómo estás? bien ¿y tú?!!!.
Trabajo fácil y repetitivo, digno de robots inteligentes pero no de mí. Odio este lugar. Los odio a todos. Me odio a mí mismo por elegir este calvario todos los días. Y me odio también por todo lo demás.
Desearía arrancar de aquí. Que me chupe la tierra, que me trague el armario, que me desintegre un rayo, que una roca me parta la cabeza……..ayyyy mi cabeza!!!!
Una terrible cefalea pulsátil taladra mis ojos y se expande hacia las zonas laterales de mi cráneo - ahhhhhhhh!!!! – deseo gritar pero no puedo. Mis cejas se acercan airadamente una a la otra y descienden hacia mi nariz que las recibe con arrugas. Mis ojos se humedecen y se cierran porque la luz asquerosa es insoportable en medio de este dolor nacido de la nada. Cállense!!! – desearía exclamar pero no soportaría el resonar de mi propia voz en el cráneo. Silencio, silencio es todo lo que pido. Déjenme tranquilo, me duele, me duele la cabeza, es todo lo que siento, todo lo que sé. Aspirinas van bajando por mi esófago, un gramo de un viaje, como dicen los libros. Pero no pasa nada. Me tengo que largar de este lugar. Jefe, lo siento, debo irme, mi jaqueca me está matando. Necesito silencio y oscuridad y una cama para reposar mi cuerpo. Me largo. Hasta mañana. Muchas gracias por entender este dolor, jefe comprensivo, vividor en carne propia de migrañas atroces y de recuerdos miserables.
Llego a mi casa y dejo caer de un portazo las pesadas rocas que cargaba sobre mi espalda. Entonces sonrío pese a todo. Sonrío pese a mi incapacidad.
Un tibio y agradable bienestar subjetivo me colma y lo llamo felicidad, mientras una empalagosa opresión en el pecho me hace suspirar. Es la angustia - pienso resignado - esa pequeña espectadora que observa lo efímero en la dicha.
Me echo en el mismo sitio del sillón para dos personas en el que se posa siempre sólo una: yo. Me amoldo a él perfectamente. Me abraza como una tumba.
El dolor de cabeza comienza a calmarse y el tedio se asoma nuevamente.
Estoy listo para salir. Más bien, hice todo lo que debía hacer para emprender mi ruta hasta el funesto lugar que he elegido para llamar trabajo. Pero no quiero dar ese primer paso fuera de casa. Mis pies se tornan pesados y, tomando conciencia del propio cuerpo, noto que mi espalda no está erguida como creía sino más bien arqueada, ya que el cuello tiende a caer cuando sigue a mi derrotada cabeza que mira hacia abajo buscando evitar las miradas de todos los otros que parecieran más felices que yo…..más felices……más insertos en aquella demencia efímera de la felicidad que yo deseo, pero que no me atrevo a confesar.
Saludar, saludar, saludar, sonreír sabiendo que mis muecas faciales de alegría no son lo suficientemente buenas para engañar a nadie. Me siento descubierto, atrapado, desnudo en mi desagrado interno que cada día se vuelve con más desparpajo hacia el exterior.
Algún día de éstos gruñiré en vez de sonreír y arrojaré lágrimas en vez de tibios holas ¿cómo estás? bien ¿y tú?!!!.
Trabajo fácil y repetitivo, digno de robots inteligentes pero no de mí. Odio este lugar. Los odio a todos. Me odio a mí mismo por elegir este calvario todos los días. Y me odio también por todo lo demás.
Desearía arrancar de aquí. Que me chupe la tierra, que me trague el armario, que me desintegre un rayo, que una roca me parta la cabeza……..ayyyy mi cabeza!!!!
Una terrible cefalea pulsátil taladra mis ojos y se expande hacia las zonas laterales de mi cráneo - ahhhhhhhh!!!! – deseo gritar pero no puedo. Mis cejas se acercan airadamente una a la otra y descienden hacia mi nariz que las recibe con arrugas. Mis ojos se humedecen y se cierran porque la luz asquerosa es insoportable en medio de este dolor nacido de la nada. Cállense!!! – desearía exclamar pero no soportaría el resonar de mi propia voz en el cráneo. Silencio, silencio es todo lo que pido. Déjenme tranquilo, me duele, me duele la cabeza, es todo lo que siento, todo lo que sé. Aspirinas van bajando por mi esófago, un gramo de un viaje, como dicen los libros. Pero no pasa nada. Me tengo que largar de este lugar. Jefe, lo siento, debo irme, mi jaqueca me está matando. Necesito silencio y oscuridad y una cama para reposar mi cuerpo. Me largo. Hasta mañana. Muchas gracias por entender este dolor, jefe comprensivo, vividor en carne propia de migrañas atroces y de recuerdos miserables.
Llego a mi casa y dejo caer de un portazo las pesadas rocas que cargaba sobre mi espalda. Entonces sonrío pese a todo. Sonrío pese a mi incapacidad.
Un tibio y agradable bienestar subjetivo me colma y lo llamo felicidad, mientras una empalagosa opresión en el pecho me hace suspirar. Es la angustia - pienso resignado - esa pequeña espectadora que observa lo efímero en la dicha.
Me echo en el mismo sitio del sillón para dos personas en el que se posa siempre sólo una: yo. Me amoldo a él perfectamente. Me abraza como una tumba.
El dolor de cabeza comienza a calmarse y el tedio se asoma nuevamente.
Loco, vete
Estás loco, perdiste el juicio. Tus ojos se te salen y tu boca grita palabras que nada tienen que ver una con otra. Tu cuerpo se estremece ante una actitud trivial de quien se te acerca, te llenas de miedo, saltas hacia atrás y haces muecas de terror totalmente desproporcionadas al contexto que nosotros, los cuerdos, vemos y sentimos.
Ya no te entendemos, nos es imposible hacerlo. Tu mundo ya no nos pertenece, es sólo tuyo. Tú ya no puedes compartirlo y ahora nos temes. Y nosotros comenzamos a temerte.
Tus palabras absurdas nos conmueven de una forma incomprensible. Aquello no nos gusta. Desaparece de nuestra vista. No te metas en el mundo que hemos creado. Vete a tu mundo y vocifera en él para tus adentros.
Lo que tengas que decir dilo ya. Pero dilo en silencio.
Ya no te entendemos, nos es imposible hacerlo. Tu mundo ya no nos pertenece, es sólo tuyo. Tú ya no puedes compartirlo y ahora nos temes. Y nosotros comenzamos a temerte.
Tus palabras absurdas nos conmueven de una forma incomprensible. Aquello no nos gusta. Desaparece de nuestra vista. No te metas en el mundo que hemos creado. Vete a tu mundo y vocifera en él para tus adentros.
Lo que tengas que decir dilo ya. Pero dilo en silencio.
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