viernes, diciembre 14, 2007

Ilusión de triunfo

Sentado. Respondiendo las preguntas vagas del grupo de hombres que examinaba sus conocimientos. El muchacho respondía las vagas preguntas que le hacían ordenando el flujo no de sus ideas, sino de las ideas que aquellos hombres consideraban como correctas. Intentaba transformar lo vago en algo objetivo desde el punto de vista singular de aquellos hombres que lo sometían a un escrutinio psicológico e intelectual. El muchacho había aprendido de ellos y maniobraba el cauce de sus ideas al ritmo de las miradas que lo escudriñaban. Enfatizaba en una letra y observaba al mismo tiempo los ojos pequeños del médico más viejo, quien los empequeñecía aún más, signo de reprobación; o los agrandaba sutilmente, signo también sutil de aprobación. Así el muchacho se iba guiando. Cuando enfatizaba en la pronunciación de cierta palabra, miraba de reojo al médico más joven quien le desviaba la mirada enseguida para no dejarse decodificar por el muchacho. Mas éste sabía interpretar aquel gesto como una aprobación, pues ese médico no gustaba de ayudar al que respondía correctamente, posiblemente porque veía en el muchacho a un rival ante los médicos más viejos allí presentes.
El tercer médico estaba sentado delante del muchacho y se limitaba a esbozar una sonrisa constante en apariencia. Pero el muchacho sabía dilucidar las tenues variaciones de esa sonrisa, observando la comisura izquierda de sus labios que se elevaba ante la aprobación y se desplazaba hacia la derecha acercándose a la comisura contralateral ante la reprobación.

Así el muchacho hablaba y se refería vagamente a la pregunta que estos tres médicos ponían sobre la mesa y comenzaba el juego de interpretación facial, un baile que el joven aspirante a médico conocía bien. Guiado por los ojos del más viejo, por la boca del médico de la sonrisa constante y por la mirada esquiva del joven doctor, el muchacho respondió lo que debía ser respondido en aquella situación.

Al terminar el examen, el muchacho se despidió de los tres muy formalmente, con los ojos pequeños, con una sonrisa desviada a la derecha y con una mirada esquiva.
Los médicos se despidieron del muchacho y lo felicitaron por rendir un excelente exámen.

El muchacho, satisfecho, salió del salón con un sentimiento de triunfo que no duró demasiado, pues comprendió que ya no podía agrandar los ojos, ni sonreír como lo hacía antes, ni mirar a los ojos a la gente.

2 comentarios:

Maca dijo...

Hola Don Pedro:
simplemente gracias por hacer temblar cada uno de los centímetros (escasos) de mi ser con sus sinceras, profundas, verdaderas, graciosas, simples, mágicas palabras. Esas palabras que de alguna forma especial, calórica o lunar, logran calar hasta el más recondito lugar del alma (por lo menos la mía).
Un gusto conocerlo..

Maca :)

NNM dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.